Bienvenidos a poco pan y pésima música
Voy a intentar compartir experiencias personales o ajenas, a través de letras y notas musicales. Para ello me valdré de videoclips y pequeños relatos que espero, consigan transmitir momentos de la vida de cualquier persona.
jueves, 14 de abril de 2011
Silencio
De vuelta en mi miserable piso, contiguo a la estación norte de Nueva York, cierro las ventanas y oculto ese doloroso sol tras las cortinas. Noto que me falta la respiración pero no impide que me sirva un whisky en un vaso de plástico. Me llevo las manos a la cabeza mientras intento contar hasta diez para comprobar que no estoy tan ebrio como otras noches. No sé si una canción me quite este malestar pero seguro que romperá este incómodo silencio.
Pongo la radio y empieza a sonar aquella canción que escuché años atrás cuando los días no eran grises ni olían a la porquería con la que tengo que dormir cada noche. New York I love you but you`re bringing me down. Otra noche de mierda para olvidar y encima teniendo que jugarme el pellejo robando para tres tristes copas de whisky. Al menos esta puta vez Frank no me ha colado ese whisky irlandés que utilizo para darle de beber a las ratas de mi cuchitril…
Me tumbo en la cama y me acuerdo de Silencio. Qué nombre tan simple y a la vez lleno de significado. ¿Como un nombre con tanta historia puede ser atribuido a un cincuentón chicano que frecuenta los mismos antros que yo?. Supongo que porque somos la misma escoria codificada con un nombre distinto, pero al fín y al cabo escoria. Anoche conocí a Silencio mientras nos calentabamos las manos en una hoguera que Frederick “el vagabundo” había encendido. Solía frecuentar ese sitio para sentir que todavía había algún estrato en la socidad por debajo de mí, pero lo cierto es que en ningún otro lugar me habían acogido con tanta indiferencia, hecho de agradecer cuando eres un tipo que pasea por la calle en silla de ruedas. No tienes ni puta idea de lo que es observar la jodida palabra caridad en toda esa panda de imbéciles que a diario te cruzas por la calle.
Había visto a Silencio otras veces pero nunca antes se había pronunciado. Silencio trabajaba en Broaster, franquicia americana especializada en pollo que te paga a tres dolares la hora. Cubría el turno de noche por lo que tan sólo tenía que sacar la basura del mismo servicio, fregar la pila de platos que tan generosamente le dejan sus compañeros de trabajo, generalmente estudiantes de medicina que se creen tan grandes por llevar una puta bata blanca y una mierda de auscultador, o como coño se llame, que olvidan lo miserable que se siente Silencio al limpiar cada plato cada noche cada momento de su vida. Lo que realmente hacía enfurecer a Silencio era el hecho de tener que callar porque en su contrato figuraba el rango de “office”, lo que vulgarmente se conoce como limpiamierdas, y no poder estamparle las alitas de pollo recién hechas en la cabeza. Silencio años atrás nunca imaginó que su vida le traicionaría de aquella manera. ¿Él no debería estar felizmente casado con Lizzy Taylor en una urbanización protegida por un guardia de seguridad y acostando a sus hijos cada noche cantándoles una nana?. Él no había elegido eso desde luego….
Una noche Silencio llego a casa y tras consultar varias páginas porno y masturbarse, se miró al espejo y empezó a llorar. Haciendo cuentas llevaba mas de sesenta y siete días sin hablar con nadie, hacía siete años que no tenía relaciones sexuales y más de seis meses sin que nadie le mirara a los ojos. Sentía tanto odio en su cuerpo que empezó a romper todo el mobiliario de su casa, gritó sin cesar por tantas y tantas palabras reprimidas que engordaban un nudo en su garganta que apenas le permitía respirar. Mientras lloraba se abrazaba a sí mismo intentando sentir algo de calor. Se rasgo la ropa hasta quedarse desnudo y se arrojo al suelo incapaz de controlar tanta rabia. Ya en el suelo y tras haber perdido el conocimiento encontró una botella de ginebra de alguna fulana que había estado en su casa había olvidado. Desde el suelo la levantó, bebió de ella mientras su cuerpo se impregnaba de alcohol y sus lágrimas dejaron de cubrir sus hombros. No sonreía, no sentía, no era nadie en ese momento, en ese preciso momento decidió quitarse su carga y respirar después de tantos años de frustración.
Se cumplían veintisiete días desde que Silencio tapó sus miedos y agonías con aquella manta transparente y acristalada. Yo le escuchaba escéptico desde un lado de la hoguera como formulaba palabras tales como familia, escuchar, comprensión y por dentro en mis fueros internos me compadecía de aquel pobre desgraciado. Lejos de entenderle sentí odio y deseos de escupirle, maldito borracho….
Ya en mi cama y mirando el sucio techo de mi habitación, en un alarde de soberbía al cual no estaba invitado, me permití el lujo de analizar como era mi vida. Bastante tengo con soportar el puto ruido del tren cada 32 minutos. Mientras me duermo narcotizado por el alcohol una idea ronda en mi cabeza.
Yo nunca seré como Silencio.
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