Bienvenidos a poco pan y pésima música

Voy a intentar compartir experiencias personales o ajenas, a través de letras y notas musicales. Para ello me valdré de videoclips y pequeños relatos que espero, consigan transmitir momentos de la vida de cualquier persona.

sábado, 23 de abril de 2011

Te quiero



Mirando por la ventana un día de lluvia. No hace frío, tengo una manta a cuadros que me tapa las rodilllas, tres velas que mi amiga la enfermera me ha encendido, una foto de mis nietos en la mesilla de noche y toda la tarde por delante. Me cuesta contener la respiración por mis problemas en la traquea pero creo que me estoy emocionando.

Ochenta y dos años me contemplan, aquí, en una pequeña habitación de una residencia de ancianos donde mi día a día transcurre entre el menú de mediodía y el de la noche. La ducha siempre es a las doce, la merienda a las seis, con esos sobres de descafeinado y las magdalenas rancias. Dos horas de ejercicio por las tardes, intentando mover músculos de mi cuerpo que en su día fueron los que salvaron a mi familia de no morir de hambre. No puedo decir que sienta lástima de mi mismo, porque en realidad hace tiempo que dejé de compadecerme por ser tan viejo. Lo que siento es una enorme soledad en forma de incapacidad para expresar como disfruto para bien y para mal cada momento. Cuesta tanto analizar cuan larga ha sido mi vida que me pierdo en un mundo de rutinas y hábitos que me han sido impuestos por un centro lleno de ancianos.

Tedio y agonía describen un nudo en el estómago, quien demonios soy, que drama supone el contar tus días mientras otros con menos suerte han dejado de mirar a la lluvia. Pero no te preocupes, sé que es imposible que me entiendas, pues al fin y al cabo si consigues recordar qeu te estoy escribiendo significará que te has hecho viejo y tendrás los mismos problemas de comunicación que yo estoy sufriendo.

Gota, lluvia, piano, ahora es tiempo para disfrutar de la música y no echar la vista atrás. A veces me toco la cara y no me reconozco. Cientos de arrugas poblando mi cara y ese pelo blanco que ha invadido mi cuerpo. Nunca he sido una persona muy interesante, pero duele el pensar que todo se reduce a poder apreciar el sonido de la lluvia esperando la merienda de la tarde....

No sé si leerás esto algún día, pero quiero que no te sientas tan solo, quiero que notes mi abrazo, quiero que comprendas que te quiero. Te quiero porque te invaden los mismos temores que estoy sufriendo, te quiero porque no quiero que caigas en el olvido, te quiero porque necesito que estés a mi lado, que entiendas la agonía de la vida. Te quiero porque has tardado toda tu vida para darle valor a una insignificante y tan preciosa lluvia.

Te quiero.

domingo, 17 de abril de 2011

Espejo


Viernes por la tarde. Me levanto del sofá, tengo ganas de bailar. Paseo por el pasillo de casa moviendo el cuerpo al son de mi melodía y llego al cuarto. Media vuelta y alargo el brazo, me relajo, dibujo una sonrisa en la cara. Nuevo contoneo de mi cuerpo y enfoco la mirada hacia el mueble de los discos que, pacientemente, espera que le saque a bailar. Momento de incertimbre mientras escojo el single adecuado al momento que estoy viviendo, y sí, ardua tarea buscar un nombre, un grupo, algún experimento que sepa transmitirte con exactitud el momento que estás viviendo. Pero sé que puedo.

Tras divagar sobre lo dificil que resulta encontrarte allí estás, esperándome. Expectante ante mi mano buscando pero con seguridad, sin vacilar, sabiendo que al final mi mano te ha encontrado.

Empieza la música y mi sonrisa no decae, de hecho va en aumento. Mis ojos, testigos de todo sugieren que me acerque al armario y le invite a la fiesta. ¿Que voy a ponerme hoy? ¿Que ocultará quien en realidad soy pero dejando una pequeña obertura por si acaso hay alguien digno de mirar?
No lo sé, allá a lo lejos veo un smoking que de hecho ni recuerdo porqué está ahí.

Salgo a la calle, ya vestido con traje negro, corbata roja y unos zapatos impecables. Sonrío. Sonrío hasta extasiarme. Sonrio mientras ladeo mi cuerpo de calle en calle ,aunque me choque con irrelevantes caminantes, y no pierdo ni una nota de la canción. Tres parques a mi izquierda, un par de fuentes a la derecha y allí lo veo. Aquel restaurante brillante por sus luces, con alfombra roja y gerdámenes de la maleta". Como no me abren de par en par.

"Una mesa para uno, por favor". Mesa redonda con mantel rojo y servilleta blanca. Una rosa en el centro de la mesa y tres cubiertos por cada lado. Saco un cigarro del bolsillo superior de la camisa y lo enciendo mientras la gomina de mi pelo reluce por todo el comedor. Una copa de vino chartreaur, un cenicero semivacío y una guapa solista cantando mientras me sonrie.

Momento mágico en el que yo soy el protagonista de la obra. Hasta que miro al techo y una extraña linea azúl empieza a comerse los colores del comedor. El anfiteatro del comedor se ha vuelto gris, la coloreada lámpara principal resulta ser una bombilla, aquella puerta marrón y carcomida da pie a un salón my pequeño.

Me despierto en el salón de casa con una jeringuilla clavada en el brazo.

Con mucho esfuerzo me levanto y tengo más de medio cuerpo vomitado. Empiezo a distinguir entre los delirios las uñas de mis dedos y noto los brazos pegados a mi cuerpo. Me dirijo al asqueroso baño que tengo en frente mía y tras vacilar en un par de ocasiones me planto en él. Vomito todos los colores anteriores y me miro en el espejo....
 
Una cara blanca, ojeras negras, una luz intermitente de la bombilla que debería haberla cambiado hace más de tres meses. No me gusta lo que veo, triste y angustioso, pero a la vez tan cotidiano que no me atrevo a enfrentarme a ello. Y mientras tanto el piano sonando, esa solista que de verdad sé que está coqueteando conmigo, el recuerdo del cigarro en mi boca. Esto no puede acabar.

Me tumbo otra vez en el suelo.

viernes, 15 de abril de 2011

The homeless




Un coche alemán de cinco puertas, una casa de obra nueva con cinco habitaciones, toda mi ropa de dolce y gavanna, tarjetas de crédito, relojes, ahora mismo, puta mierda.

Evaporadas todas mis jodidas pertenencias, continué aquella particular vía romana desechando mis relaciones humanas. Primero la puta de mi mujer tras un gran portazo, mi hijo, aquél bastardo que ni se dignó en despedirse, mis llamados amigos, panda de banqueros hipócritas, cuanto detesto ahora su repulsivas corbatas. Llegado el punto desaparecieron también mis conocidos, mis enemigos, mis desconocidos…

Creo que cuanto más perdía, menos me importaba pués al fin y al cabo me atrevería a decir que me sentía libre, y eso era un sentimiento tan embriagador como éste maldito cartón de vino que me da calor en cualquier gélida o cálida noche.

Una vez me despojé de aquel traje llamado civilización, aclimaté mi cuerpo a la ausencia de sentimientos, como eran el amor, el odio, la alegría, la tristeza, la soledad; sinceramente, me la sudaba, ya nada importaba.

Dios aquí estoy, tirado en medio de un puto parque con tan sólo dos mierdas de cartones para resguardarme del frío, ahora mismo lo único que me importa es esa delgada línea entre la vida y la muerte.

Así que, siendo yo un superviviente de este gran engaño que tantas veces me han repetido, “mundo real”, he comprendido que yo no pertenezco a él, dado que, ante la ausencia de de hasta mi propio nombre, se han olvidado que yo, también soy una persona…

jueves, 14 de abril de 2011

El bosque encerrado

 Acabo de despertarme y ya estoy corriendo a través de aquel bosque gris que no veía desde pequeño. Al principio todo son ramas golpeando mi cara y piedras que me hacen daño en los pies. No sé porqué no puedo parar, tampoco me importa mucho, pero ahora algo me impide seguir hacia delante. ¿qué cojones será? De repente, el Viejo Sauce Gris. Me acerco a él y lo toco lentamente mientras mi cuerpo se une a su tronco.

 Qué extraño, ya no soy una persona, soy el viejo sauce y observo como aquellas frias maquinas empiezan a destrozar mi mundo. Poco a poco van borrando todos mis recuerdos y construyen a mi alrededor esas feas imitaciones de la naturaleza llamadas casas.

 Al principio no llegan a una docena, pero poco a poco están conquistan nuestro mundo, están destruyendo a mis hermanos y haciendo olvidar a mis padres. Qué angustia, sólo y sin saber que hacer, maldita inercia! qué estúpidos estos humanos que tratan de despedazarme.

 Ya somos pocos, los justos como para sentir impotencia pero insuficientes para ser lo que éramos. ¿Quién es este llamado "hombre"? Recien llegado y ya privándonos de nuestra identidad. Siento que es perverso, que carece de sentido común, que no nos aprecia...

  Mientras veo todas esas luces que iluminan la ciudad tengo la sensación de que en realidad estoy envuelto en su mundo y ya no puedo escapar, me han privado de mi libertad y eso me está matando.

    Lejos veo como un niño se acerca a mi lentamente y me tiende la mano, pero no es un niño cualquiera, soy Yo. Y con un último suspiro suyo noto como finalmente caigo. Adios amigo sauce.

Su mundo secreto


Paseaba por mi pequeño pueblo, entre encinas y robles cuando le conocí. Abraham era un hombre mayor, de cejas pobladas y espalda encorvada, tal vez producto de años dedicando su vida a su amada tierra. Desconocía quien era, como se sentía, como había sido su vida y si ni tan siquiera había reparado en mi presencia.

Poco a poco fui interesándome más por aquel entrañable hombre. Cada vez sentía mayor necesidad por observar más en aquellos profundos ojos. Unos días me decían soledad, otras veces tan sólo irradiaban luz, luz que alumbraba cada rincón del pueblo sin que ni tan siquiera sus monótonos habitantes lo supieran. Aunque modesto como era él, tan solo ofrecia destellos.

Recuerdo verle paseando con una bicicleta por el campo. Con la mirada le seguí lentamente hasta que dejó atrás el horizonte y se adentró a un mundo en el que yo no estaba invitado. Mi admiración por un hombre que ni tan siquiera conocía iba creciendo a medida que pasaban los días. Me atrevería a decir que en cierto modo le quería, le entendía y perdonaba cada mala acción que hubiera hecho en su día porque, él tan sólo necesitaba de mi abrazo....

Una noche me desperté y yo no estaba en mi cama, estaba en un viejo cuarto con paredes de papel y ventanas de hielo. Miro por la ventana y ahí las encuentro, esas estrellas tan llenas de vida que gentilmente me mandan energía. Cada estrella tiene su nombre y me sonrie dándome las buenas noches, que extraño. Me levanto de la cama y la tierra envuelve mis pies entre raices, las hojas cubren mi cuerpo y aparece mi amigo el oso. Recorremos prados y prados, mientras el viento golpea mi viejo rostro. La lluvia hace acto de presencia! gota tras gota el agua me invita a sentirme vivo. Mis ojos poblados de lágrimas me dicen que mis lágrimas no son de tristeza, son el resultado de sentirme vivo, de encontrar sentido a mi vida. Me tumbo en el prado disfrutando de la música que el bosque ejerce sobre mí y noto que no había sido tan feliz en mucho tiempo. Decido correr sin darle importancia a mi edad o a mi castigada espalda y me pierdo en el horizonte....

Me desperté con aquel vago sueño que había tenido. Miré por la venta y vi las estrellas muy muy lejanas. Apoyé los pies en el suelo y tan sólo noté el suelo. Tuve que ponerme un gran abrigo para protegerme de ese maldito frío. Mientras miraba por la ventana de repente empezó a llover y no sé porque sentí miedo.

Alguna fuerza que desconozco abordó mi cuerpo, salté a la calle y me enfrenté contra la negra noche. Cuanto más enfadado estaba mas notaba las gotas golpeando mi cuerpo y el viento azotando mi enfado. Cerré los ojos, despojé toda mi ropa y empecé a bailar y cantar pensando en que era muy afortunado por no resbalar....

Vi una luz a lo lejos y hacía ella dirigí mi canto. Nota tras nota, palabra tras palabras, sentimiento tras sentimiento. Cuanto más cantaba mas grande era la luz. Llegué a un claro en el que habían osos, jabalis, ciervos, insectos, pájaros...en medio ahí estaba él, Abraham, el hombre de las cejas pobladas.

Mientras continuaba cantando el se me acercó y me sonrió. Me dio la bienvenida a su mundo secreto. Yo extasiado empecé a llorar pues notaba como su corazón y el mío palpitaban al mismo tiempo. Aquel hombre de vieja bicicleta había esperado mas de setenta años hasta que alguien se adentrara en sus profundos ojos, y ahí estaba yo, dispuesto a abrazarlo y quererlo tan sólo por esa bondad que desprende por sus ojos....

Abraham, ahora te comprendo, ahora te siento, ahora te quiero...

Silencio


De vuelta en mi miserable piso, contiguo a la estación norte de Nueva York, cierro las ventanas y oculto ese doloroso sol tras las cortinas. Noto que me falta la respiración pero no impide que me sirva un whisky en un vaso de plástico. Me llevo las manos a la cabeza mientras intento contar hasta diez para comprobar que no estoy tan ebrio como otras noches. No sé si una canción me quite este malestar pero seguro que romperá este incómodo silencio.
Pongo la radio y empieza a sonar aquella canción que escuché años atrás cuando los días no eran grises ni olían a la porquería con la que tengo que dormir cada noche. New York I love you but you`re bringing me down. Otra noche de mierda para olvidar y encima teniendo que jugarme el pellejo robando para tres tristes copas de whisky. Al menos esta puta vez Frank no me ha colado ese whisky irlandés que utilizo para darle de beber a las ratas de mi cuchitril…
Me tumbo en la cama y me acuerdo de Silencio. Qué nombre tan simple y a la vez lleno de significado. ¿Como un nombre con tanta historia puede ser atribuido a un cincuentón chicano que frecuenta los mismos antros que yo?. Supongo que porque somos la misma escoria codificada con un nombre distinto, pero al fín y al cabo escoria. Anoche conocí a Silencio mientras nos calentabamos las manos en una hoguera que Frederick “el vagabundo” había encendido. Solía frecuentar ese sitio para sentir que todavía había algún estrato en la socidad por debajo de mí, pero lo cierto es que en ningún otro lugar me habían acogido con tanta indiferencia, hecho de agradecer cuando eres un tipo que pasea por la calle en silla de ruedas. No tienes ni puta idea de lo que es observar la jodida palabra caridad en toda esa panda de imbéciles que a diario te cruzas por la calle.
Había visto a Silencio otras veces pero nunca antes se había pronunciado. Silencio trabajaba en Broaster, franquicia americana especializada en pollo que te paga a tres dolares la hora. Cubría el turno de noche por lo que tan sólo tenía que sacar la basura del mismo servicio, fregar la pila de platos que tan generosamente le dejan sus compañeros de trabajo, generalmente estudiantes de medicina que se creen tan grandes por llevar una puta bata blanca y una mierda de auscultador, o como coño se llame, que olvidan lo miserable que se siente Silencio al limpiar cada plato cada noche cada momento de su vida. Lo que realmente hacía enfurecer a Silencio era el hecho de tener que callar porque en su contrato figuraba el rango de “office”, lo que vulgarmente se conoce como limpiamierdas, y no poder estamparle las alitas de pollo recién hechas en la cabeza. Silencio años atrás nunca imaginó que su vida le traicionaría de aquella manera. ¿Él no debería estar felizmente casado con Lizzy Taylor en una urbanización protegida por un guardia de seguridad y acostando a sus hijos cada noche cantándoles una nana?. Él no había elegido eso desde luego….
Una noche Silencio llego a casa y tras consultar varias páginas porno y masturbarse, se miró al espejo y empezó a llorar. Haciendo cuentas llevaba mas de sesenta y siete días sin hablar con nadie, hacía siete años que no tenía relaciones sexuales y más de seis meses sin que nadie le mirara a los ojos. Sentía tanto odio en su cuerpo que empezó a romper todo el mobiliario de su casa, gritó sin cesar por tantas y tantas palabras reprimidas que engordaban un nudo en su garganta que apenas le permitía respirar. Mientras lloraba se abrazaba a sí mismo intentando sentir algo de calor. Se rasgo la ropa hasta quedarse desnudo y se arrojo al suelo incapaz de controlar tanta rabia. Ya en el suelo y tras haber perdido el conocimiento encontró una botella de ginebra de alguna fulana que había estado en su casa había olvidado. Desde el suelo la levantó, bebió de ella mientras su cuerpo se impregnaba de alcohol y sus lágrimas dejaron de cubrir sus hombros. No sonreía, no sentía, no era nadie en ese momento, en ese preciso momento decidió quitarse su carga y respirar después de tantos años de frustración.
Se cumplían veintisiete días desde que Silencio tapó sus miedos y agonías con aquella manta transparente y acristalada. Yo le escuchaba escéptico desde un lado de la hoguera como formulaba palabras tales como familia, escuchar, comprensión y por dentro en mis fueros internos me compadecía de aquel pobre desgraciado. Lejos de entenderle sentí odio y deseos de escupirle, maldito borracho….
Ya en mi cama y mirando el sucio techo de mi habitación, en un alarde de soberbía al cual no estaba invitado, me permití el lujo de analizar como era mi vida. Bastante tengo con soportar el puto ruido del tren cada 32 minutos. Mientras me duermo narcotizado por el alcohol una idea ronda en mi cabeza.
Yo nunca seré como Silencio.

Conduciendo sin ninguna prisa

 

Apago la cafetera, limpio por última vez la barra del bar, compruebo que las luces de fuera están apagadas, busco la chaqueta con la mirada, cierro la caja registradora, me saco del bolsillo un paquete de ducados, me enchufo un cigarro, apago la tele, cuento la caja del día, me pongo la chaqueta, me pego una meada en el baño (está sucio, mañana lo lavaré), apago el último foco, me dirijo hacia la entrada tratando de no pisar el suelo recien fregado. Salgo a la calle, bajo la persiana, me quemo con el cigarro, me saco otro, camino hacia el coche, entro en él, compruebo los espejos y le doy caña al radiocassette. Entonces por fin me relajo, por fin empiezo a ser yo y no ese animal de rutinas que se entretiene viendo las noticias y celebrando los goles de su equipo para no volver a pensar en lo triste que es su vida y lo treméndamente cobarde que es para cambiarla.

Pero dentro del coche...dentro del coche está la versión que más le gusta de sí mismo. Allí no tiene una vida tediosa, allí auna su cuerpo con la música y es capaz de viajar a través del sonido donde flote cada nota. Raras veces sonrie durante el día pero en ese pequeño santuario motorizado deja entrever pequeñas dosis de sentimientos que, sin haber decidido todavía si buenos o malos, le acercan un poquito más al Yo individual.

"Karma Police" le traslada a través de su coche por una carretera secundaria que, perdida en un bosque que jamás ha visto, le hace sentirse extrañamente relajado. No tiene prisa por llegar a donde no conoce, por lo tanto separa las manos del volante y lentamente deja que la vida siga su curso. En frente suya ve pasar animales, personas, casas, edificios, montañas, playas; infinidad de colores que se pierden en aquel agujero negro donde se pierde la canción. No tiene miedo, no tiene prisa, no siente nada.

Termina la canción, abre los ojos, se enciende otro cigarro. Ha llegado a casa.

Poco pan y pesima música

Bienvenidos a "Poco pan y pésima música", espacio donde poder intercambiar música y salvarnos de una segura muerte musical.